Eduardo Pizarro desconoció mis apreciaciones, que suponían hacerle modificaciones a su escrito y solicitarle con argumentos que incorporara los resultados de mi indagación sobre el rol que ha desempeñado Estados Unidos en el conflicto colombiano.
2015/Marzo 3/ Por: Renán Vega Cantor
“A veces, quedarse callado equivale a mentir, porque
el silencio
puede ser interpretado como aquiescencia”.
Miguel de Unamuno, Universidad de Salamanca,
12 de octubre de 1936.
Después
de leer la “relatoría” presentada por Eduardo Pizarro en la Mesa de Diálogos de
La Habana he constatado con indignación que es prácticamente igual al borrador
que fue entregado el 18 de enero a los comisionados. Esto no tendría ningún
problema si quienes leímos esa versión hubiéramos estado completamente de
acuerdo y no hubiéramos enviado notas y sugerencias, para ser incorporadas a la
versión final, como le corresponde a un relator. Seguramente algunos
comisionados no hicieron comentarios al texto, pero ese no fue mi caso, porque
el domingo 25 de enero envié un documento de 16 páginas con comentarios a los
dos borradores de “relatoría”. Mientras que mis sugerencias fueron aceptadas e
incorporadas en el documento de Moncayo, ninguna de ellas fue incluida en el
documento de Pizarro. (Ver texto de mi autoría: Observaciones sobre relatorias.pdf).
Eduardo
Pizarro desconoció mis apreciaciones, que suponían hacerle modificaciones a su
escrito y solicitarle con argumentos que incorporara los resultados de mi
indagación sobre el rol que ha desempeñado Estados Unidos en el conflicto
colombiano. Pizarro desconoció las pocas reglas de juego que habíamos fijado
por unanimidad los miembros de la Comisión Histórica del Conflicto Armado y sus
Víctimas (CHCAV), en las reuniones del 27 de agosto y del 30 de septiembre en
la Sede Episcopal, cuando se estableció un calendario de trabajo. En ese
cronograma se acordó lo siguiente: entrega de los informes individuales el 21
de noviembre; luego, los relatores presentarían su propuesta de relatoría el 5
diciembre; después, los relatores devolverían el texto a los comisionados que
tendrían un plazo de siete días para comunicar sus opiniones por escrito; y,
por último, entre el 12 y el 15 de diciembre se harían las correcciones finales
a las relatorías y se efectuaría una reunión de cierre para intercambiar
comentarios sobre los textos definitivos.
La
suspensión de las conversaciones de La Habana por parte del gobierno
colombiano, así como problemas de tiempo de los relatores, hicieron que se
modificara este calendario interno de trabajo, aunque se mantuvo la fecha de
entrega del informe individual, para el 21 de noviembre. No obstante, esto no
significó que se cambiaran las reglas de juego que habíamos establecido. Las
propuestas de relatorías llegaron a mi correo electrónico el 18 de enero,
acompañadas de una nota en la cual se informaba que había plazo hasta el lunes
26 de enero para que cada miembro de la CHCAV hiciera sus respectivos
comentarios. En su mensaje Víctor Manuel Moncayo dice de manera textual:
“Apreciados colegas: hemos convenido con Eduardo Pizarro remitirles el proyecto
de borrador que cada uno ha preparado. […] La idea es recibir sus
comentarios y observaciones a más tardar el 26 de enero de 2015. Posteriormente
hemos programado una reunión de todos los integrantes de la CHCV el 31 de enero
a las 8.am en la sede de la conferencia episcopal,
para intercambiar ideas sobre las relatorías y las observaciones que se hayan
formulado”. (Correo electrónico, enero 18 de 2015, énfasis mío).
En
forma cumplida remití mis comentarios a los dos relatores el domingo 25 de
enero y las primeras reacciones me hicieron pensar que serían tenidos en
cuenta, pues Eduardo Pizarro en un correo electrónico del 26 de enero habla de
“los comentarios que me envía Renán Vega, que voy a estudiar con
responsabilidad […]”. Esto me hizo suponer en forma cándida, que eso se iba a
hacer, y, en consecuencia, se modificaría el borrador de “relatoría” y se
incluirían mis sugerencias, o por lo menos una parte de ellas. No sabemos si
las estudió o no, porque al final primó la irresponsabilidad intelectual.
Como
era previsible, el sábado 31 de enero Eduardo Pizarro no asistió a la reunión
final de la CHCAV y por lo tanto no existió la posibilidad física de discutir
su propuesta de relatoría. Porque esa era la finalidad: no dar la cara para no
debatir y dejar el borrador tal cual, como efectivamente sucedió.
En
esas condiciones, como hecho cumplido, entregó a la Mesa de Conversaciones de
Paz de la Habana el mismo texto de su propuesta inicial, desconociendo en forma
arrogante mis críticas y aportes.
Para
mí, éste es un hecho inaceptable, nada democrático, escasamente transparente,
sin la menor muestra de pluralismo y de una muy cuestionable actitud ética, no
solo respecto a la Comisión y uno de sus miembros, sino de irrespeto ante la
sociedad colombiana, por burlar los acuerdos establecidos y silenciar
voluntariamente el mensaje de uno de los comisionados. Para qué hablar tanto de
democracia y pluralismo, si cuando se necesitó ponerlos en práctica,
para incorporar conceptos que no comparte el relator, sencillamente se
desconocieron, como si nunca hubieran existido. No sobra recordar que la
democracia supone admitir los juicios de quienes piensan distinto y no solo de
quienes están de acuerdo. Por eso, resulta tragicómico que al texto de Pizarro
se le titule “Una lectura múltiple y pluralista (sic) de la historia”, cuando
en realidad no tiene nada de pluralista.
Por
todas estas razones, manifiesto mi más enérgico rechazo a la actitud de Eduardo
Pizarro por su falta de seriedad, ponderación, equilibrio y rigor en la labor
que le encomendó la Mesa de Diálogos de La Habana. Su comportamiento es poco
respetuoso del trabajo intelectual, y termina siendo una forma disimulada de
censura.
Esto
se evidencia en algunas de las declaraciones de prensa del señor Pizarro con
posterioridad a la entrega del Informe, entre los cuales podemos citar la
siguiente: “las Farc pensaron que el relato histórico de esta comisión iba a favorecer
su mirada, de una guerrilla víctima del terrorismo de Estado, que los había
obligado a empuñar las armas para resistir y que, por tanto, su levantamiento
era legítimo. Pero las Farc fueron sorprendidas porque algunos de los
ensayistas controvirtieron ese relato histórico”. (Citado en Hernán González
Rodríguez, “Causas y orígenes del conflicto”, El Espectador, 26 de
febrero de 2015, disponible en http://www.elespectador.com/opinion/causas-y-origenes-del-conflicto-columna-546504).
Esta
afirmación poco ponderada genera la impresión que la visión dominante sobre la
historia contemporánea de Colombia es la de la insurgencia y no la del Estado y
las clases dominantes y por eso se presenta como un éxito que algunos de los
ensayistas reprodujeran la versión oficial, que niega el terrorismo de Estado.
Pero lo que oculta conscientemente el señor Pizarro en su falsa relatoría es
que mi postura –en contravía de las versiones dominantes de académicos y
violentologos ligados al Estado y a las clases dominantes– se centra en
analizar la contrainsurgencia y el Terrorismo de Estado predominante en
Colombia, como elemento sustancial del comportamiento del bloque de poder
contrainsurgente. En este sentido, el Estado, las clases dominantes y sus
violentologos fueron sorprendidos con otra visión sobre los orígenes, causas y
factores que explican el conflicto armado en Colombia, en la que precisamente
el Estado colombiano, sus Fuerzas Armados y los Estados Unidos no salen bien
parados. Entre otras cosas, eso explica el silenciamiento por los medios
periodísticos y sus columnistas de cabecera de esa visión crítica y alternativa
a las miradas convencionales sobre la historia reciente de Colombia.
Finalmente,
en la actitud de Eduardo Pizarro de desconocer los aportes que yo hice a su
propuesta de “relatoría” encuentro que se manifiestan dos elementos propios de
la antidemocracia colombiana, como son la arrogancia de los poderosos y el
desconocimiento de la palabra empeñada. Arrogancia de los poderosos porque
aparte de que este personaje hacia ostentación continua de su carácter de
Embajador ante los Países Bajos (Holanda), a la larga actuó de la misma forma
que lo hacen todos aquellos que tienen una pequeña cuota de poder (un
micropoder) en Colombia y que consiste en no escuchar a los que carecen de
poder y pisotear sus apreciaciones, como si no tuvieran el más mínimo valor.
Desconocimiento de la palabra empeñada, puesto que igual que el Presidente de
la República cuando le conviene echa por la borda los pactos existentes,
convierte su palabra en papel mojado y suspende en forma inconsulta y
unilateral los diálogos de La Habana, lo mismo hace su subalterno Eduardo
Pizarro al no respetar los acuerdos establecidos.
Resultan
insoportables los medios antidemocráticos y poco pluralistas del señor Pizarro,
quien, con una gran dosis de cinismo, en los medios de comunicación del poder
(RCN, Caracol, El Tiempo, Semana) figura como el campeón de la
democracia y el pluralismo, así como el portaestandarte de una supuesta
responsabilidad moral, política e intelectual. ¿Será que tenemos que aceptar,
de la misma forma que lo hace el gobierno -cuándo a su acomodo y en forma
arbitraria deja de cumplir su palabra y suspende las conversaciones de paz- que
uno de los relatores no respete la palabra empeñada? ¿Eso es lo que nos espera
en el futuro, un absoluto irrespeto de los acuerdos firmados?
Renán
Vega Cantor. Miembro de la Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas
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