Y LOS EMBERA VOLVERÁN A BOGOTÁ Y AL PARQUE NACIONAL: UNA PROPUESTA PARA EL CAMBIO.

 Por: Jorge Andrés Forero-González.

Estos días, viendo el tratamiento que se dio a la salida del Pueblo Indígena Embera del Parque Nacional en Bogotá y ante su anunciada “reapertura”, ya que se observan los raquíticos alumbrados navideños de siempre, me permito dejar mis consideraciones sobre mi conocimiento y compartir con el Pueblo Embera sobre por qué van a volver a la ciudad y por qué, como país, deberíamos estar abiertos a soluciones creativas más allá del racismo, la discriminación y el fomento a la mendicidad, motivado desde la institucionalidad, que padeció el pueblo Embera en Bogotá.

Los Embera en el Parque Nacional

Carlos Fernando Galán, feliz de su gestión y de la salida de “800 personas” que por al menos 1 año habitaron el Parque Nacional, se refería en X el 9 de septiembre de 2024 en los siguientes términos: “Es importante hacer un llamado a la ciudadanía a no visitar por ahora el Parque Nacional ni traer a sus mascotas, pues existe riesgo biológico y esta semana comenzarán las fumigaciones para controlar este riesgo. Nuestro objetivo es tener el parque listo en aproximadamente dos meses.” (https://x.com/CarlosFGalan/status/1833148142851621292). Así mismo, desde la página de la Alcaldía de Bogotá, se celebra la recuperación del parque como un gran logro ante el impacto de generación de “residuos y destrucción por parte de los Embera, unos “ciudadanos” considerados sin arraigo por la “ciudad.” (https://bogota.gov.co/mi-ciudad/gestion-publica/distrito-reabrira-el-parque-nacional-para-vivir-navidad-en-bogota-2024)

En esa aproximación se lee claramente, y fue evidente en las críticas previas a su retorno a Risaralda y Chocó, como la administración Galán denunció el uso de la justicia propia indígena y el cuidado de la niñez por parte del Pueblo Embera, a quien seguían tratando como menores de edad y sin capacidad de gestión propia, señalándolos por sus usos y costumbres en repetidas ocasiones y amenazándolos con usar la fuerza de la policía antidisturbios, como se hizo en otras oportunidades. Resaltan las connotaciones del llamado a la ciudadanía a no ir al Parque Nacional por el “riesgo biológico” y la urgencia de “fumigaciones” de un lugar que fue el hogar de cientos de familias desplazadas y que habitaron con dignidad y con las capacidades que tenían de adaptación, a la mugrienta e inhumana ciudad.

Luego de la retoma con Policía a bordo, que sigue en el parque, vallas y polisombra verde, que pareciera que el Parque Nacional hubiera sido un lugar de guerra y la narrativa que fue destruido por los Embera, se siente infortunadamente en la ciudadanía un sentido de homofobia por los habitantes ancestrales de lo que hoy llamamos Colombia. En palabras textuales de Galán, el interés principal era el de proteger el “espacio público”, como si no se pudiera disfrutar con los Embera en el parque.

Personalmente, vi cientos de deportistas en el parque, yo aproveché para compartir y aprender un poco más de los Embera, su idioma, su medicina y costumbres, y vi viva la solidaridad de la ciudadanía y el impacto que tuvo en funcionarios de Bogotá que nunca habían tratado con indígenas. Para los cristianos que por estos días celebran el nacimiento de Jesús en un pesebre, me genera muchas preguntas por qué no podían ver a los Embera en un parque con luz eléctrica, internet, agua potable, en el corazón de la ciudad más grande de Colombia.




El racismo en el tratamiento al “problema de los Embera” en Bogotá

De altos funcionarios de la administración de Galán, como lo escuché de la de Claudia López, el trato a los Embera no bajaba de “plaga”, “vividores” del erario público y de destructores de la “naturaleza” y de los “bienes públicos”. Fue altamente diciente cómo circularon videos celebrando su retorno como una fiesta a las condiciones de la guerra de la Colombia rural del país. Fue una constante que se lee entre líneas y directamente en afirmaciones como las del alcalde Galán con su tratamiento de prevención de la ciudadanía al uso del parque por “riesgo biológico”.

Ese centralismo blanco bogotano que nunca va a los territorios o solo lo hace de paseo y en helicóptero, que ve pobreza y suciedad en las manos trabajadoras y en el que usa y corta la leña y tiene un fogón para cocinar o anda descalzo, propia de la colonialidad europea, sigue haciendo daño aún a 200 años de independencia. Y claro que no reconoce que gracias a esos pueblos indígenas, campesinos y negros, sucios, descalzos y conscientes de su libertad y dignidad, no seguimos siendo una colonia. Esa élite que sigue viendo a los “pobres” con desprecio y hace que los mismos pobres se vean con desprecio.

Y los Embera volverán, y lo hacen porque es un pueblo en su origen nómada y hoy seminómada. Y no excuso que no sepan del manejo de basuras o el uso desmedido de plástico o ropa que quedó en el Río Chikin, mal llamado Arzobispo, o que ante la falta de leña y recursos necesarios para mantenerse caliente en la fría ciudad de Bogotá, quedaron en el parque los rezagos de usar los árboles sembrados en la montaña. Pero lo que sí era claro es el sentimiento de comunidad que se vivía en el parque. La gran sensación de seguridad con la Guardia Indígena y, claro, la fiesta y la gran cantidad de niños y niñas que son un gran símbolo para mantener viva la cultura de un pueblo, un idioma y una forma de cuidar y ver el mundo que está en extinción.

Los Embera: pueblos indígenas de mucha dignidad liderazgo y conocimiento

La primera vez que vi con fuerza pueblos indígenas habitando las grandes ciudades fue en Medellín. Era 2005, plena “Seguridad Democrática”. En ese tiempo, era estudiante de Economía en la Universidad de Antioquia, una de mis 4 “Alma Mater” del pregrado. En clases compartía con indígenas del Pueblo Nasa y Embera que me sorprendían por su gran capacidad analítica y su vínculo con sus territorios. Recuerdo en mis clases a Julio Pascue, hoy Coordinador Nacional de la CONPI, Juvenal Arrieta en su momento Secretario General de la Organización Nacional de Pueblos Indígenas de Colombia ONIC y hoy en el Gobierno Nacional, y los debates en la UdeA con Gerardo Jumí, hoy Consejero Nacional de la ONIC. Años después, trabajé con algunos de ellos empujando este sueño de paz a favor de la biodiversidad, del impulso al Capítulo Étnico y en el fortalecimiento al movimiento indígena y étnico colombiano.

También los vi como referentes del movimiento social y de la política pública de paz y de derechos humanos con destacados liderazgos nacionales como el de Patricia Tobón Yagarí, Embera abogada egresada de la Universidad de Antioquia, con quien compartimos el impulso al Capítulo Étnico, quien luego fue Comisionada de la Verdad y recientemente Directora de la Unidad de Víctimas. También admiro y respeto mucho a Nataly Domicó, gran profesional en pedagogía de la madre tierra , artista indígena joven, destacada por su gran liderazgo en su natal Mutatá, en Antioquia, y a nivel nacional e internacional.

Sin embargo, más allá de las aulas universitarias, me sorprendió el Pueblo Embera (acá reconocer que son 4 pueblos: Eyabida, Katio, Chamí y Dobida) que se tomaban la ciudad de Medellín entre muchos contrastes. Por un lado, con su lengua y sus costumbres, especialmente los Katio y Chamí, sus trajes coloridos y su manera orgullosamente salvaje de habitar la ciudad. Un pueblo trabajador que, con sus artesanías, se negaba a dejar de ser y que me recordaba a Héctor Lavoe cuando canta: “la calle es una selva de cemento y de fieras salvajes como no”. También vi cómo esa selva urbana obligaba a muchos Embera a reproducir las lógicas propias del racismo y el complejo de salvador blanco, lo que los llevó a la mendicidad en las calles ya apestadas de desprecio al ser humano del centro de Medellín. Esos dos contrastes los vi en Bogotá años después.

Rápidamente encontré el porqué en la “tacita de plata” de los paisas, se concentraba tanto pueblo Embera en las calles: el conflicto armado interno. Los Embera en Antioquia, Chocó y Risaralda salieron corriendo de la “seguridad democrática” y el desplazamiento masivo de territorios plenamente indígenas que aún llevan sus nombres como Dabeiba, la Diosa de Origen Embera o Mutatá. Lo mismo en los límites entre Antioquia, Chocó y Risaralda, donde las guerrillas y los paramilitares se disputaban el territorio; los que salían corriendo a la ciudad eran los Embera. Fue muy recordado también ahí en el Alto Sinú el caso del asesinato de Kimy Pernia, importante líder Embera Katio que fue asesinado por oponerse a la Represa de Urrá en 2001, uno de los proyectos potenciados en marco de la idea de llevar seguridad a los territorios para luego llevar megaproyectos extractivos. Más adelante, a ese tipo de relacionamiento con los territorios habitados por la guerra se le llamó “Seguridad Democrática” de Uribe, que evolucionaría a la “Locomotora para el Desarrollo” en la administración Santos.

Años después, ya como profesional, luego en una relación más íntima con su territorio, aprendí de los Embera en la lucha por sus Sitios Sagrados por el Río Jiguamiando. Aprendí de cómo hicieron valer su propia Consulta Previa en defensa de la minería a gran escala de su cerro Jaika Tuma o Care Perro, que logró ser aceptada por la Corte Constitucional. Recuerdo con mucha emoción asimismo cómo vivían en dignidad y armonía con su entorno a partir de la pesca, el cultivo de plátano popocho y el corte de la madera. Su medicina ancestral y su lengua propia para explicar la vida, sus médicos tradicionales Jaibanas y, sobre todo, la fuerza de las mujeres Embera, que también es clara en las ciudades, fue realmente aleccionante.

Una mirada al futuro:

Con los casos de Medellín y Bogotá y su gran capacidad intelectual, artística y profesional, el Pueblo Embera le puso un espejo a la Colombia de las grandes ciudades sobre la vitalidad de los pueblos indígenas en el país y a hacernos preguntas profundas sobre quiénes somos. Los Embera volverán a Bogotá como lo han hecho en el pasado, dado que es un circuito en sus viajes por Colombia. Como ya lo mencionaba, es el Pueblo Embera un pueblo seminómada y la idea del Resguardo no opera para todos. Especialmente para los que han tenido menos contacto con la ciudad y siguen afirmando la belleza de ser “salvaje”.

El “ciudadano superior de la naturaleza”, heredero del capitalismo, es el que está destruyendo el planeta, y es momento de desconcentrar la ciudad y darle espacio al “salvaje” que es capaz de entender que es naturaleza.

El Pueblo Embera es uno de los que más recorre el país, y me lo contaban varias abuelas, como la Abuela Myrian, que recordaba sus viajes en la niñez a Cúcuta, Santander, Bogotá y Boyacá. Asimismo, en las últimas décadas, con los rigores del conflicto armado interno en Colombia, esos viajes se volvieron masivos. Y si la guerra política y socioeconómica en los territorios no cambia, y si no hay educación propia y ganas de vivir el territorio para los jóvenes Embera que ya conocieron la ciudad y también quieren algo de eso en sus territorios, al menos en términos de conectividad y acceso eléctrico, pues también juzgarlos que lleguen a Bogotá es cinismo.

También es verdad que los Embera llegan a Bogotá por el paupérrimo incentivo económico, que he escuchado a funcionarios creer que es una millonada, cuando se limitan a unos pesos por 3 meses y unas ayudas en especie en comida que ni siquiera es culturalmente apropiada y resultaba en las alcantarillas. Estos incentivos derivan de las muy mínimas garantías de la Ley de Víctimas y la responsabilidad del ente territorial que recibe a los desplazados y que en Bogotá es un poco mejor que en el resto del país. Ahora bien, el Pueblo Embera que viene de algunas regiones de Chocó y Risaralda que mayoritariamente estaban en el Parque Nacional ha preferido venir a Bogotá para poder poner cara a cara la situación de derechos humanos y de fracaso del Estado en muchas de las regiones de Colombia ante la centralidad de la política pública en el país.

Ante el regreso de los Embera que volverán al Parque Nacional dado que ahí pueden afirmar más su cultura, hacerse visibles y sus demandas políticas y salir de los lugares donde han querido tenerlos escondidos como las UPI de la Florida, por allá en límites con Mosquera o que se tomen lugares muy peligrosos como el Parque Tercer Milenio, al señor alcalde Galán, y su bancada en el Consejo, donde destaco importantes liderazgos como mi coterráneo David Saavedra, a la profesora Sandra Borda, hoy en su administración, con quien cursé mi Maestría en los Andes, así como al señor Presidente de la República, a la señora Ministra Susana Muhamad, con quien hemos trabajado por la consolidación del Movimiento Ambiental hace décadas, y a la señora Ministra Martha Carvajalino, a quien conocí en el trabajo de impulso al Acuerdo de Paz de Colombia, proponerles soluciones pensadas desde otras orillas e imaginativas:

  1. Titular el Parque Nacional y su línea de conexión ecosistémica a los cerros orientales a los pueblos indígenas de Bogotá, en especial al pueblo Muisca, para que en un diálogo con las entidades distritales y nacionales, podamos tener una co-administración desde el Parque Nacional hasta los cerros orientales, desde el tratamiento de lugar sagrado para las comunidades. De ahí, aplicar los recientes decretos de Autoridades Indígenas Ambientales en la ciudad de Bogotá para tener un piloto de tratamiento de territorialidades urbanas. Así como localidades como Usme o Chapinero y Santa Fe tienen zona rural, el Parque Nacional y los cerros orientales tienen vocación de habitabilidad para poder darle posibilidad a la ciudad de pensarse desde otras perspectivas.
  2. Bajo principio de prevención y a sabiendas de que la experiencia muestra que los Embera y otros pueblos indígenas llegarán a Bogotá por los rigores del conflicto armado, avanzar en una propuesta de construcción, mantenimiento y sustento de Ecohabs (similares a los del Tayrona) para recibir a la población desplazada indígena administrada por el Pueblo Muiska, el nativo de Bogotá, que permita un tratamiento desde la ancestralidad de los pueblos. Estas propuestas además pueden convertirse en propuestas de turismo étnico comunitario que permita al principal destino de turismo nacional y uno de los principales internacionales tener una experiencia pedagógica de muestra viva de lo que significan los pueblos indígenas y étnicos en Colombia. En municipios como Mutatá también crearon una serie de tambos muy bellos donde es posible ver la diversidad de la cultura desde potenciar su dignidad. Esto posibilitaría posicionar a Bogotá como un referente internacional sin ninguna duda.
  3. Abrir el diálogo claro a la ciudadanía sobre los impactos del racismo y de la mirada desde la blanquitud y la centralidad del poder bogotano. No es culpa de las personas en específico reproducir el racismo ante la falta de empatía, pero sí de las administraciones públicas avanzar en resolver de fondo los impactos heredados de la colonia, aún vivos. Importante apropiarse, por ejemplo, de la posibilidad de que con la población Embera en Bogotá se pueda pensar en programas bilingües para los mestizos que habitan la ciudad y desde ahí poder tener una sociedad multiétnica y multicultural, como reza la Constitución Política de Colombia.


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