Los medios privados promueven temas para su aceptación y repetición. La sociedad es la presa que, sin argumentación y debate, repite y acepta un mundo virtual bien presentado, bonito, impecable. La realidad editada y tergiversada en formatos agradables a los ojos, los oídos, y la manipulación del corazón, resulta más entretenida que una realidad no-editada.
La fusión de dos escritos componen el
siguiente texto: el primero, Medios de
comunicación privados para el odio y la sumisión, concebido en febrero de
2012, y el segundo, La paz sin memoria de
los medios del capital, escrito en febrero de 2013. Se han realizado
algunos cambios, extraños momentos de ánimo o de indignación son responsables
de que no siempre se escriba en modo similar; y por tanto, la necesidad de
modificar o quitar algunas líneas para establecer un puente entre los dos
escritos. Sin embargo otra razón lo hace necesario, en febrero de 2012 los
diálogos de paz entre el Gobierno colombiano y las FARC no estaban instalados,
y un año después, ya escribíamos pensando en ello.
Esto último también provocó que
ocurriesen cambios. Los temas de la guerra y la paz con justicia social llevaron
a la inclusión de nuevos párrafos. No fueron muchos, pero con ellos se descubre
la urgencia de investigar sobre la evolución de los medios de comunicación
privados en Colombia. Es necesario hacerlo, porque, al parecer, la
tecnificación y sus formatos evolucionan acordes a la intensificación de la
guerra. No obstante, la tarea implica incluir en el análisis el desarrollo de
los medios en Latinoamérica y, sobre todo, en momentos de dictaduras. El caso
venezolano es, quizá, el momento decisivo en que descubrimos lo moderados que habían sido los análisis
sobre los mass media: su relación
directa con el golpe de Estado dado al Gobierno del presidente Hugo Chávez, evidenció
que éstos no solo son cómplices de dictaduras, sino que son los medios de
comunicación privados la dictadura misma.
Pero la tarea es una deuda no
consignada en las siguientes líneas, aparece solo a manera de insinuación en
algún párrafo, y que espero sea la excusa para la unión de muchas manos que escriban
sobre el tema.
Medios
de comunicación privados para la sumisión, el odio y la guerra,
es el “nuevo” texto que ha surgido, producto de una fusión forzada que hace
necesaria su presentación en dos partes. Medios
para el odio y la sumisión, es la primera, donde se aborda la injerencia de
los medios sobre lo emotivo y algunos aspectos del ejercicio de la manipulación
mediática; y Medios para la guerra,
es la segunda, donde tocamos el tema puntual del conflicto colombiano y la
búsqueda de la paz con justicia social.
He aquí pues el texto de una fusión
forzada que espero sirva de invitación para cancelar la deuda investigativa que
en las siguientes líneas no se paga.
Medios
para el odio y la sumisión
Aceptación y satanización son términos
implícitos, o efectos, de los discursos empleados por los medios privados de
comunicación. La aceptación, para nuestro caso, la asumiremos como aquello que emerge
entre la opinión pública como “la verdad”; la satanización, por su parte, la
entenderemos como su opuesto, “la mentira”. Acudimos al término “satanización”
no por azar, o por capricho de estilo de quien escribe. Se propone por la
capacidad de injerencia que los medios privados tienen en la actitud de la
sociedad.
En la actualidad no basta saber y
demostrar cómo los medios masivos del capital encubren y mienten sobre el mundo
en que vivimos. Es necesario, además, abordar la relación que ello establece
con lo emocional. Porque los discursos también tienen una injerencia sobre lo
emotivo, provocan odio y sumisión.
Nuestra situación actual, a la que
estamos siendo conducidos, se aleja del debate y los argumentos. En su
remplazo, el señalamiento indiscriminado gana un espacio abismal. Contradecir
la versión oficial de los medios así lo demuestra. Hoy disentir con el
televisor no se recibe como una diferencia de opinión frente a lo dicho en
noticieros y programas privados; obrar de esta forma, sin oportunidad de
defensa alguna, significa ganar estatus de mentiroso frente a “la verdad” de la
pantalla. El televisor es el nuevo ídolo, al que se venera como a un Dios, y su
palabra es sagrada. Contradecirlo es pecado. Por tanto no solo somos mentirosos
al contradecirle, además somos odiados, estigmatizados por los fieles que
adoran la versión oficial.
En el mundo privado de los medios lo
que importa no es la veracidad de los hechos ni la fuerza de los argumentos. Su
accionar está determinado por la forma, la frescura de sus formatos y
presentadores que imponen cualquier contenido, editado a su antojo. Su misión
es recoger elementos fragmentados de la vida, de la cotidianidad, y elaborar
con ellos un universo virtual de verdades aceptadas por la audiencia; son
dioses mediáticos cuyos discursos evaden la exigencia de la argumentación y el
debate.
Pero también son negocio. Entretener es
su fuerte. No importa si es pobreza o muerte el tema, nada se salva de ser
rentable. Para ello siempre habrá una música de fondo, un narrador con tono melancólico,
y algunas miradas de niños y gente humilde en cámara lenta para hacer del drama
algo entretenido y conmovedor. Tratan de mostrarlo como si fuese un gesto humano,
cuando simplemente es una distracción pasajera que en pocos días será
desplazada por otra tragedia más rentable y conmovedora. Pasan de tragedia en
tragedia sin desnudar aquello que la produce. Presentan la pobreza como un acontecimiento
espontáneo, natural, que nace y muere en el lugar que está, y cuya solución
recae en la caridad de las personas. Mientras su trasfondo, sus verdugos jamás
son tocados; no se informa sobre la corrupción y el saqueo legislativo del
congreso que las provoca. Con golpes de pecho y llamados “al buen corazón”
desvían la atención y esconden las causas del problema, a los responsables, a
quienes diariamente despojan a la sociedad de oportunidades para una vida digna.
Es una sutil forma de silenciar la crítica, la reflexión y la rebeldía ante la
injusticia.
Los medios privados promueven temas para
su aceptación y repetición. La sociedad es la presa que, sin argumentación y
debate, repite y acepta un mundo virtual bien presentado, bonito, impecable. La
realidad editada y tergiversada en formatos agradables a los ojos, los oídos, y
la manipulación del corazón, resulta más entretenida que una realidad no-editada.
La sociedad se vuelve adicta a la vida representada, mas no vivida. Cinco horas
de magazín en las mañanas, una televisión sin angustias, sin debates sobre los problemas
sociales, remplaza el tiempo de la vida en la calle, y desalojan en forma
dramática el pensamiento y la acción para transformar la sociedad. Es un
monopolio de la audiencia donde se imponen discursos con intereses definidos. No
son temas para solucionar los problemas del pueblo, sino temas para sostener los
intereses de los dueños del capital, que a su vez, y sin descaro alguno, también
son propietarios de los medios. Son ellos quienes definen qué es “lo bueno” y
qué es “lo malo”.
Controlar los temas es controlar las
prioridades de la población, es controlar su ideología. No hablamos de lo que
necesitamos, se nos impone lo que otros requieren que se diga. Los medios
privados ejercen control sobre los discursos, y éstos sobre la actitud y
actividades de la sociedad. El Tratado de Libre Comercio entre Colombia y
E.E.U.U. es un ejemplo claro de lo anterior. Su aprobación fue celebrada en
diarios y noticieros, y posicionado el tema como algo benéfico para el país. En
sus medios no existe debate que diga lo contrario, a no ser por las breves
intervenciones de organizaciones sociales cuyos argumentos, a manera de
telegramas o twitter, quedan en desventaja ante los funcionarios del gobierno que
poseen largas horas a la semana en los noticieros del capital.
Temas cruciales para la sociedad son
tratados en modo similar. Son muchos los ejemplos que podríamos citar, casos
innumerables, pero ahora nos interesa tratar un tema en particular: el
conflicto colombiano y la búsqueda de la paz.
Medios
para la guerra
En 1998 tres hechos se cruzaron en
Colombia: la puesta en marcha de los dos primeros canales privados de
televisión, el Proceso de Paz entre el Gobierno y las FARC (suspendido en el
2002), y las gestiones ante el Gobierno norteamericano para implementar el
proyecto contrainsurgente conocido como “Plan Colombia[2]”.
Llama la atención que estos hechos
ocurrieran en forma simultánea, porque la decisión de intensificar la política
de guerra del Estado colombiano (con la implementación del Plan Colombia)
coincide con el fortalecimiento de los medios de comunicación privados que
obtuvieron sus dos primeros canales de televisión. Y recordemos que todo ocurre
en 1998, cuando se adelantaba el Proceso de Paz entre el Gobierno del entonces
presidente Andrés Pastrana y la guerrilla de las FARC, proceso que hoy también
conocemos como los “diálogos del Caguán”. Debemos recordarlo porque es este,
quizá, el episodio más claro donde observamos que la intensificación de la
guerra y los medios del capital evolucionaron conjuntamente contra la solución
política al conflicto colombiano. Vemos, entonces, a los medios de comunicación
privados como un componente fundamental para el análisis del conflicto
colombiano.
Tomemos por ejemplo los dos últimos
procesos de paz. Ha sido función de los medios mantener la tensión y promover su
ruptura. Si en los diálogos del Caguán el tema de la zona desmilitarizada era
presentada como la “entrega” de una parte del territorio y la rendición del
Estado colombiano a la insurgencia, hoy los medios llama “secuestrados” a los
prisioneros de guerra capturados por las FARC para hablar de “la no voluntad de
paz” de la guerrilla. Éstos son algunos casos concretos que podríamos citar.
Sin embargo, la estrategia para actuar en contra de los dos últimos procesos de
diálogos con las FARC, radica principalmente en tomar episodios de la
confrontación armada, centrando la atención únicamente en las acciones de la
guerrilla, y exponerlas como justificación para no continuar dialogando sobre
la solución política del conflicto. Pero hay otra finalidad. También recurren a
ello para reducir “la paz” a un simple proceso de dejación de armas de la
insurgencia, toda una estrategia mediática diseñada para ocultar la no voluntad
paz del Gobierno, cuya postura se traduce en la negativa de cambiar las
estructuras económicas, políticas y sociales que hoy condenan al pueblo colombiano
a la miseria.
Es determinante el papel que juegan los
medios como actores del conflicto colombiano, en tanto que la guerra no solo representa
una carrera armamentista, es la guerra, además, un discurso cotidiano que deber
ser aceptado y avalado por la sociedad.
Y son los medios los encargados de
imponer ese discurso. Para ello despliegan la propiedad privada que ejercen
sobre la información, y desaparecen de sus programas la salida política al
conflicto como opción a seguir; la omiten de tal manera que prácticamente es
borrada del imaginario de las personas y presentada como una posibilidad
absurda y descabellada. Aprovechan el monopolio de la audiencia del que gozan, y
en su lugar exhiben la guerra como verdad, única solución. Hasta que la sociedad
queda cautiva de su influjo, y finalmente acepta y repite el mismo discurso,
mientras practica el odio y aclama la muerte: “¡hay que acabar con esos
terroristas!”, son sus palabras,
aunque inducidas por otros.
Muchas son las razones para no
continuar la guerra, –y de las cuales nunca hablarán–. Razones tan mínimas
como saber que una simple operación matemática, de suma y resta, es suficiente
para demostrar que el dinero dedicado a la guerra podría solucionar grandes
problemas del pueblo, si fuera invertido para su bienestar. Pero lo último no
tiene relevancia en la agenda noticiosa –obviamente–, ni se repite con la misma
frecuencia que la palabra “terrorismo”. “Salida política al conflicto”, es una
frase excluida del vocabulario de presentadores en noticieros, magazines y realitys, y la “operación matemática”
que brindaría más recursos para la inversión social, es omitida en la
programación de los medios privados.
Así se impone el odio como verdad, y la
sensatez como mentira para ser odiada, estigmatizada. Los resultados son
aterradores. Quienes proponen la salida militar al conflicto son aceptados en
sociedad, mientras que aquellos que se oponen, son vistos con desconfianza y
recelo, estigmatizados y señalados como personas peligrosas que “apoyan el
terrorismo”.
Hoy vivimos momentos de coyuntura. Las
FARC y el Gobierno colombiano se encuentran de nuevo en una mesa de diálogo; y
el hecho nos podría llevar a pensar que las cosas son diferentes. No obstante, no
debemos equivocarnos. Si la frase “solución negociada al conflicto” es hoy empleada
por los medios, es solo una forma más agresiva de negar la salida política a la
guerra en Colombia.
Esto no es nuevo. Durante los diálogos
del Caguán, la frase “salida negociada al conflicto” también fue utilizada por
los medios de comunicación privados; pero ahora sabemos que su intención, su
estrategia de guerra, no era otra que preparar el terreno para la aceptación de
un Gobierno que aseguró acabaría con la insurgencia en un periodo de cuatro
años. La tarea fue encomendada a Álvaro Uribe Vélez, quién duró 8 años en el
poder implementando el Plan Colombia, sin lograr derrotar a los grupos
insurgentes. Sin embargo, una tarea si fue lograda: posicionar al país como un
violador sistemático de los derechos humanos, con casos tan aberrantes que
incluyen crímenes de guerra que conocemos como “falsos positivos”.
El Proceso de Paz del Caguán nos dejó
enseñanzas importantes sobre el tema. Porque su experiencia demuestra que para
intensificar la guerra, los medios recurren al tema de la paz y la salida
negociada al conflicto como plan estratégico para justificar la guerra. Podemos
observar cómo funciona su lógica: si
la guerrilla acepta desmovilizarse y entregar las armas sin que ocurran cambios
estructurales que pongan fin a la iniquidad del país, los medios promueven los
diálogos y aplauden la buena voluntad de la insurgencia; pero si la insurgencia
se niega a desmovilizarse en tanto no sucedan cambios en la estructura
política, económica y social, es decir, hasta que no se garantice condiciones
de vida digna para el pueblo colombiano, entonces los medios justifican la
ruptura de los diálogos mostrando a la guerrilla como “culpable” del fracaso.
Y justificada la ruptura en las
noticias, justificado el odio y la intensificación de la guerra contra “los
culpables”: la guerrilla. De este modo la frase “salida política al conflicto”
se convierte en víctima de esa guerra, y quienes se oponen a la vía militar, en
víctimas de quienes les señalan de ser colaboradores de la insurgencia.
Ahora volvamos a los momentos de
coyuntura política del país. Vemos, al igual que en los diálogos del Caguán,
que la paz convertida en noticia por los medios de comunicación privados,
significa la guerra llevada al escenario de la conspiración contra la justicia
social del país.
Pero los alcances de los medios son
mayores. Porque sostener la guerra como forma de prolongar la injusticia y la
desigualdad en un pueblo, implica cumplir una tarea más siniestra: convertir la
paz en una guarida para la desigualdad y la injusticia del país.
Para los medios del capital, el
conflicto colombiano carece de causas y orígenes. Es su misión presentar el
alzamiento armado en Colombia como un acontecimiento sin antecedentes. Por
tanto, para ellos no existen procesos de paz que pongan fin a los problemas
sociales que originaron el conflicto; su estrategia es la imposición de palomas
blancas en mentes en blanco, una paz de vencidos y vencedores donde solo hay
cabida para la rendición de los grupos insurgentes. Todo es un reality
mediático que semeja libros de superación personal llevados a la pantalla, y
que se encargan de desaparecer las causas que dieron origen a la insurgencia,
al igual que ocultan la permanencia y profundización de las mismas.
Noticieros, presentadores y periodistas
se ocupan de presentar el conflicto en Colombia como un acontecimiento sin
memoria. Pobreza, injusticia y terrorismo de Estado, desaparecen de la bandeja
de programación al hablar de paz, y también se excluyen como causantes
primordiales del alzamiento armado en el país.
Con sus cámaras y micrófonos convierten
la paz en un reality donde los fusiles de la insurgencia deben entregarse a
cambio de camisetas blancas, taxis, capacitaciones para crear microempresa, y
uno que otro puesto en el Congreso de la República, sin que ocurran cambios en
el modelo económico, político y social del país.
Es el reality de los medios del capital
imponiendo el libreto para hablar de paz, donde el Gobierno es el protagonista
presto a repetir cada una de sus páginas.
“Ni modelo económico ni doctrina miliar
están en discusión”, es la primera línea a memorizar; ensayada luego frente al
espejo como si se estuviese en la mesa de diálogos de paz; repetida una y otra
vez hasta lograr naturalidad; y finalmente dejada en libertad para ser
divulgada por los negociadores del Gobierno, tal como ocurriera el 18 de
octubre de 2012 en Oslo. Es un libreto hecho a la medida del tirano, que en una
línea deja claro el mensaje del Estado: con el pueblo no se discutirá el modelo
que lo condena a la miseria, ni habrá cambios en las estructuras responsables
de la iniquidad, el saqueo transnacional, la represión, y el terrorismo de
Estado en Colombia.
“Paz con justicia social” es la frase
que molesta a los medios del capital. Es para ellos un fastidio la paz rebelde
del pueblo colombiano, les incomoda, porque se opone a la paz como guarida para
el silencio y negación de los problemas históricos de la sociedad. Es clara la
razón; miseria, injusticia, corrupción, saqueo transnacional, y terrorismo de
Estado, no son temas a resolver en la paz de la superación personal que imponen
los medios de comunicación privados. Su paz es la continuidad de las causas del
conflicto, pero con los fusiles de la insurgencia silenciados.
Todo está escrito en el libreto para
negar la justicia social que requiere el país. Pero también se escribe para
desconocer el conflicto que diariamente padecemos. Hay hechos que lo confirman.
Cada vez que el Gobierno rechaza la toma de prisioneros realizadas por las
FARC, sirve para ratificarlo. Porque su propósito de calificar como
“secuestrados” a los prisioneros de guerra es solo parte del reality que niega
las dinámicas cruentas del conflicto, y un distractor para evadir las discusiones
de fondo que exigen cambios en el modelo de desarrollo del país, como es el
caso de la Política de Desarrollo Rural y Agrario Integral ampliamente debatida
por el pueblo colombiano en diciembre de 2012.
Hagamos un paréntesis, o tal vez una
claridad. La toma de prisioneros es una expresión del conflicto interno que el
Gobierno del presidente Juan Manuel Santos reconoció para asegurar jurídicamente los bombardeos[3]
contra la insurgencia, el mismo conflicto interno que hoy niega cuando califica
de “secuestrados” a miembros de la fuerza pública que se desempeñan como
combatientes y que son capturados por las FARC.
Es este uno de los hechos más dicientes
y vergonzosos realizado por los medios de comunicación privados en Colombia; en
cada canal, y en cada uno de sus programas, desconociendo a los prisioneros de
guerra como una realidad concreta del conflicto.
Los medios actúan en modo sincronizado
para reproducir las necesidades de guerra del Gobierno. Y el anterior, es tan
solo un episodio descarado de su actuar. Funcionan como simples reproductores
de la versión oficial del Estado. Y utilizando el monopolio de la audiencia del
que gozan, se imponen como versión única del conflicto. Los medios no buscan
fuentes de información, ni siquiera buscan las fuentes oficiales del Estado, porque
hacerlo significaría que se están buscando a sí mismos. Son los medios, por
tanto, fuente directa del conflicto integrada al orden político, económico y
social que perpetúan con cada Gobierno.
Es fácil entender ahora por qué su
accionar solo se enfoca a promover el odio hacia la insurgencia –su enemigo–,
mientras oculta los miles de crímenes cometidos por el Estado.
La sociedad desconoce, en su mayoría, el
conflicto colombiano. La carencia de fuentes para conocerlo, así lo determina.
Pocos son los periodistas que se atreven a informar sobre la versión de la
insurgencia. Y quiénes se atreven a hacerlo, se convierten en objeto de
señalamientos, estigmatización y persecución estatal.
La versión única del conflicto ejerce
monopolio sobre la audiencia e imposibilita construir un criterio autónomo
frente a la guerra. Se conocen las armas del conflicto, pero se ignora la
condición humana de quien las empuña contra el Estado. Como fuente oficial, los
medios humanizan solo a los combatientes que defienden al Gobierno, al tiempo que niegan la condición
humana de los combatientes de la insurgencia. De este modo se justifica la pena
de muerte en el imaginario de las personas. Porque “dar de baja”, dar muerte a un
ser despojado de su humanidad, no representa motivo de reflexión para lo
sociedad, es obvio que no lo representa, pues es la sociedad quien ahora aclama
por los actos de sangre: “hay que acabar con esos terroristas”, son sus palabras, pero recordemos que
inducidas por otros. Esto constituye una de nuestras grandes tragedias. A
quienes siempre hemos abogado por la humanización de la guerra, su regularización,
ahora nos sobreviene una tarea más profunda: la guerra de los medios debe tener
como respuesta el trabajar por la humanización de la sociedad, a luchar para rescatarla
del odio, y recuperarla de nuevo para la vida y su defensa.
Con la estrategia del odio polarizan la
sociedad contra cualquier posibilidad de diálogo de paz con la insurgencia
colombiana. Aunque también cumple otro objetivo, despojar al adversario de toda
condición política, y, en consecuencia, del uso de la palabra. Es de esta forma
como operan para silenciar la otra historia de la guerra y sus acontecimientos.
Sin embargo, existe la posibilidad de
conocer la otra historia del conflicto. Distintas fuentes de información reposan
esperando ser analizadas. Sabemos que la guerra es también una confrontación
mediática, y la insurgencia cuenta con presencia en esa dinámica del
enfrentamiento. Sus audios, videos, fotos y documentos reposan en el mundo de
la virtualidad para ser consultados. Y quienes pretendan estudiar el conflicto
deben acudir a estas fuentes sin temores, sobre todo quienes ejercen la
docencia y la investigación universitaria. Porque la universidad no puede ser
un lugar de censura para hablar del conflicto con todas las voces que lo
componen. Ya conocemos la versión de los medios privados, ahora debemos conocer
la versión la insurgencia. El no hacerlo constituiría un hecho de suma
irresponsabilidad, pues estaríamos evadiendo el camino hacia la lectura
autónoma del conflicto.
Pero consultar las “dos fuentes
oficiales” no representa la solución. La historia del conflicto siempre estará
inconclusa si no surgen otras versiones desde del periodismo independiente. De
allí la importancia de los medios alternativos y populares, por su tarea
decidida de informar los acontecimientos sobrepasando la versión oficial del Gobierno
y la insurgencia.
Por ello a los medios alternativos les atañe
una noble misión frente al conflicto: curar a la sociedad del odio que la
ciega, esto significa, despertarla para que sea su camino la lucha por la
solución política al conflicto y la paz con justicia social.
No obstante, lo anterior solo debe ser
una de nuestras banderas. En tanto que nuestra mirada no puede detenerse solo en
ejércitos y cuerpos policiales que sostienen la guerra y ejercen control sobre
las poblaciones. Más allá del sostenimiento de la guerra, el ocultamiento de
las injusticias y los crímenes de Estado, los medios privados tienen como
objetivo promover el odio a la crítica y a quienes la ejercen contra la
sumisión.
Nunca antes como hoy luchar contra la
corrupción, la injusticia y la tiranía, había sido tratado con tanto desprecio
por quienes padecen las infamias del tirano. El control sobre la sociedad y el
grado de afectación en su cotidianidad ha sido tan fuerte y prolongado, que su
logro está en hacernos parecer personas no deseadas, rechazadas y aisladas por
una sociedad que yace confundida y, en su mayoría, resignada a la opresión.
Hace poco más de un siglo, Oscar Wilde
anotaba que en “la mayoría de nosotros, la vida verdadera es la vida que no
llevamos”. Sin embargo, el orden actual de las cosas sobrepasa esta tragedia.
Ahora no solo se trata de las máscaras que llevamos ante la sociedad. Es la
sociedad, en sí misma, una gran máscara, una ilusión de libertad creada por los
medios del capital. Es aquí donde un proyecto de comunicación alternativa
retoma su importancia. Porque se trata no solo de informar lo que el
capitalismo oculta tras sus medios. Su tarea es de más largo aliento.
Desenmascarar la sociedad, y dejar desnudo el esqueleto de resignación y
sumisión que la caracteriza, constituye un objetivo fundamental de su quehacer.
Estamos enfrentados al odio como
estrategia de satanización hacia las luchas populares y como medio para
sostener la guerra, saberlo de ante mano, es asumir con responsabilidad el
espacio que queremos transformar con la comunicación alternativa. De ello
dependerá el acierto de nuestros proyectos o, caso contrario, qué tanto
desconocemos de la dominación.
[1] Documento presentado en el
Primer Foro Conflicto, medios y solución
política, organizado por la Marcha Patriótica del departamento del Valle del
Cauca, el Proceso de Unidad Popular del Suroccidente Colombiano (PUPSOC), y la
Red de Medios Alternativos y Populares (REMAP). Santiago de Cali, febrero 28 de
2013.
[2] Aprobado en el Congreso
de Estados Unidos el 11 de julio de 2000, el Plan Colombia plantea cuatro
componentes: 1) Solución Política Negociada al conflicto, 2) Recuperación
económica y social, 3) Iniciativa contra el Narcotráfico, 4) Fortalecimiento
Institucional y Desarrollo Social. De los cuatro, centrémonos en el tercero, Iniciativa contra el Narcotráfico, porque
sirvió de justificación para fortalecer el del aparato militar colombiano, a
través de la ayuda económica norteamericana para fines contrainsurgentes. Y los
fines “sociales” que –aún– presume contener, son simplemente su cortina de
humo, al igual que la inclusión de una iniciativa “enfocada” a la solución
negociada del conflicto. Por ello, es necesario centrarnos en sus tres primeros
años de ejecución para establecer cuál fue su comportamiento durante el Proceso
de Paz adelantado en aquel entonces. Por ejemplo, la investigadora María
Clemencia Martínez anota que en los tres primeros años, el presupuesto asignado
a la negociación del conflicto representó solo el 1% de los dineros asignados
por Estados Unidos, mientras que el componente militar se fortaleció
abismalmente, si tomamos en cuenta los datos de la División Nacional de
Planeación que, en informe de septiembre
de 2003, reporta que con el Plan Colombia “la
Fuerza Pública incrementó su capacidad helicoportada en 77% y el número de
aviones en 16%”, así como también “aumentó
en 320% la capacidad aeromóvil del Ejército y en 57% la de la Policía”. Y
por tanto, durante esos tres años de ejecución, la investigadora concluye que “los recursos provenientes de Estados Unidos,
que son la mayoría del total proyectado para cubrir el Plan Colombia, se han
orientado a financiar el tercer componente, definido como la Iniciativa contra
el Narcotráfico, con una participación mínima en el componente de
Fortalecimiento Institucional y Desarrollo Social”. Véase EL PLAN COLOMBIA
DESPUES DE TRES ANOS DE EJECUCION: entre la guerra contra las drogas y la
guerra contra el terrorismo, de María Clemencia Martínez. Disponible
en:http://www.mamacoca.org/Octubre2004/doc/EL_PLAN_COLOMBIA_DESPUES_DE_TRES_ANOS_DE_EJECUCION.htm#_ftn24
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